Vivimos en una sociedad que nos enseña desde pequeños que
debemos contener nuestras emociones. Con el afán de fomentar la cordialidad en
una sociedad civilizada, aprendemos a ser racionales. Se nos enseña que las
emociones son para los niños y que estas son una muestra de inmadurez.
Mientras crecemos, desarrollamos tácticas para sentir
menos, para suprimir nuestra experiencia emocional y desenvolvernos de una
manera más “adecuada” en sociedad.
¿Cuánto hemos aprendido ya a dejar e sentir?
Esto explica porque nos causa tanto conflicto cuando
tocamos de lleno una emoción como la tristeza o porque no somos capaces de
manejar emociones como la ira. Hemos aprendido a guardar en el fondo, a anular
lo que sentimos, pero no hemos aprendido a manejarlo. Y como cualquier energía
que no sabemos manejar, en cualquier momento puede salirse de nuestras manos.
Ciertamente resulta más imperioso aprender a desarrollar
nuestra inteligencia emocional que cualquier otra inteligencia. Las emociones
son un motor que impulsa al ser humano a moverse, a tomar decisiones, a
sobrevivir y a crear mejores respuestas, son un importante mecanismo de
aprendizaje y desarrollo que hemos desaprovechado.
Nuestras emociones son energía. Podemos imaginarlas como
un río que fluye dentro de nosotros y nos invade cuando activamos el proceso de
alguna de ellas. Tal como bellamente lo describe Mijal Snunit en su cuento “El
pájaro del alma”, es como si dentro de nosotros tuviéramos cajones, uno para
cada emoción, mismas que se liberan como energía cuando elegimos abrir cada uno
de ellos.
Michael Sky, define a la emoción como “energía en
movimiento” y nos dice:
“Los sentimientos humanos, esas corrientes sutiles,
líquidas en parte y en parte eléctricas, surgen como energía vital y esta se
mueve alrededor y entre nosotros siempre levantando el espíritu, dando color a
los pensamientos, influyendo en los sueños…” (Sky, 2004)
La emoción es una energía poderosísima que nos puede
ayudar a dirigirnos hacia nuestros objetivos, revisar el camino, trazar mejores
estrategias y detenernos cuando es necesario. Es una energía que debemos
aprender a utilizar, no guardar en algún lugar del cuerpo.
Los físicos modernos aseguran que la energía se convierte
en materia tal como la materia se convierte en energía. Entonces ¿Qué pasa con
esta energía que hemos aprendido a guardar?
La represión emocional requiere de un gran esfuerzo por
parte de nuestro cuerpo para contenerla. El desgaste que genera esto, nos da
como resultado muchos problemas de salud que implican el desgaste de los
tejidos que contienen y otros problemas relacionados con la tensión que se
genera en nuestro sistema. Esta energía atrapada se solidifica y forma células
con formas poco uniformes, lo que deriva en tumores y cáncer. Estos son solo
algunos de los problemas que genera la falta de educación que recibimos en
materia emocional.
Dentro de lo que nos permitimos expresar emocionalmente,
existe un factor determinante y es la clasificación que damos a nuestras
emociones. Tendemos a separarlas según sean positivas o negativas y esto lo
definimos de acuerdo con las
circunstancias con las que las relacionamos (agradables o desagradables)
Cuando lo que deseamos en la vida corresponde con lo que
sentimos, entonces surge una emoción “positiva”. Nuestra sensación de bienestar
no proviene de la emoción en sí, si no de nuestra aceptación de las
circunstancias. Cuando luchamos contra lo que sucede, cuando no aceptamos una
disonancia en nuestra realidad, es cuando surgen las emociones negativas.
Cuando nuestra emoción surgida es clasificada como
negativa, suele ser también reprimida, y esto genera nuevamente una sensación
de malestar, que deriva en una nueva emoción “negativa”. Generamos un circulo
vicioso de emociones poco agradables.
Nuestras emociones poco agradables, son una respuesta de
nuestro cuerpo para generar una reacción oportuna. Por ejemplo: El miedo
impulsa la creatividad y motiva a la huida, a escapar de la circunstancia en la
que se encuentra el individuo. La ira motiva al ataque y es una forma que tiene
nuestro sistema de generar un cambio ante una circunstancia que no es lo que
queremos.
Olvidamos que las emociones “negativas” tienen también
una función en nosotros para sanar, para acercarnos a otros, para generar
respuestas, etc.
Si llamamos a nuestras emociones “fáciles” o “difíciles”,
tenemos un parámetro diferente para el uso de las mismas a nuestro favor y de
los objetivos que tenemos.
La facilidad o dificultad de cualquier emoción dependen
de cuán plenamente aceptamos la situación que estamos viviendo.
En algunas artes marciales como el Aikido, la energía del
oponente es usada para neutralizar los ataques recibidos. De igual forma, al
fluir con la energía emocional en vez de buscar anularla, podemos utilizarla en nuestro favor.
“Cuanto más exitosamente reprimamos
nuestras emociones, menos exitosamente haremos cualquier otra cosa”
Michael Sky
Iria Rodríguez
Suárez
Life &
Executive Coach
www.coachingaltonivel.com